El horizonte urbanita está ensombrecido con nubarrones de pandemias, olas de calor, desabastecimiento alimentario y energético, cambio climático y pérdida de biodiversidad. Estas crisis recuperan el valor de las islas naturadas: las noches calurosas del verano obligan a abrir parques y jardines para esparcimiento, las pandemias revalorizan los balcones y terrazas durante el confinamiento y se impulsan huertos urbanos. Es la revolución silenciosa que la naturaleza viene imponiendo a la jungla de cemento y cristal.
La ciudad ha venido siendo un punto de atracción humana, como muestra su continuo crecimiento. Cerca del 60% de la población era urbana en el 2021. Las personas abandonan las áreas rurales atraídas por los servicios, facilidades y empleo que ofrecen las ciudades.
Los ciudadanos eligen la jungla gris frente a los espacios de naturaleza abierta. Sin embargo, allí se encuentran con la contaminación aérea y acústica, el estrés, el aislamiento social, la dependencia de recursos externos y con un balance energético negativo.
Déficit de naturaleza
Aunque no tiene una componente propiamente médico, se ha acuñado el término síndrome de déficit de naturaleza, que recoge el impacto en los urbanitas, especialmente en los más jóvenes, de vivir de espaldas a la naturaleza. La atracción de las nuevas tecnologías, por obligación o placer, hace que pasen horas ante pantallas, fomentando el aislamiento y la quiebra de relaciones sociales de proximidad.
Hemos de conseguir un entorno que permita de forma diaria mantener el contacto con la naturaleza. Es posible lograrlo con el impulso de la naturación urbana, con los parques tradicionales, cinturones verdes, árboles y parterres en las calles. Pero para que los urbanitas nos encontremos a menos de 300 metros de una zona naturada, como recomienda la Organización Mundial de la Salud, debemos recurrir también a las infraestructuras verdes en horizontal o vertical (cubiertas, fachadas, interiores).
No en vano, el proyecto agrociudad Gargarine Truillot, en Ivry-sur-Seine (Francia), ha ganado el Premio de Urbanismo Español 2021, otorgado por el Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España.
El objetivo no es tener jardines en la ciudad, sino tener la ciudad en un jardín, es decir, que se encuentre incrustada por todas partes en la naturaleza.
El tira y afloja urbanístico
Como suele ocurrir en las actividades humanas, la consecución de objetivos no se realiza de forma homogénea, sino a través de empujes y retrocesos. El acomodo a las circunstancias obliga a modificar las prioridades.
En el entorno urbano existen debates por cuestiones urbanísticas y de estética. En el caso de Madrid, se solapan proyectos de enfoque verde, como es Madrid Nuevo Norte, con otros huérfanos de vegetación, como la Puerta del Sol. Pero sobran los enfrentamientos; hemos de buscar soluciones viables con los recursos disponibles.
Durante la Jornada sobre Infraestructuras Verdes y Bienestar Social organizada por la Fundación Foro Agrario el pasado 15 de junio, Francisco Muñoz, director de Gestión del Agua y Zonas Verdes del Ayuntamiento de Madrid, expuso algunos de los trabajos que están desarrollando para humanizar las infraestructuras verdes adaptándolas a las necesidades sociales.
En contacto con hospitales y centros sociales y de salud, se están diseñando circuitos para corredores, áreas infantiles, paseos para recuperaciones de cardiopatías y caminos para la tercera edad, con asientos y áreas de sombra. En otras palabras, la receta para los pacientes, además de ir a la farmacia, es desarrollar durante un tiempo determinado actividad en un circuito.
Hacia el sueño naturado
En España, el movimiento de estructuras verdes urbanas se ha venido desarrollando en oleadas.
La primera fase, la tradicional, se centraba en construcciones en el mundo rural y ciertas tradiciones, como los patios andaluces, jardines y edificios singulares.
La fase siguiente responde a las fuertes migraciones rurales de los años 60 y 70, que llevaron a la ciudad el espíritu agrario, con restricciones de espacio para los espacios verdes, y con fuerte expansión inmobiliaria.
El final del siglo anterior y el nuevo siglo XXI muestran una fuerte iniciativa innovadora, con participación pública y privada, con grandes planes urbanísticos en ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla o Vitoria.
En una situación ideal, los ciudadanos deberían disponer de:
- Un entorno naturado, con flora y fauna amigables, con una buena calidad del aire y sin ruidos.
- Unos servicios de trabajo, sanidad y cultura asequibles en tiempo y distancia (ciudad de los 15 minutos).
- El reciclado de energía, calor y materia orgánica a través de huertos y jardines de proximidad, ubicados en interiores o cubiertas.
- Lugares de recreo y encuentro para socializar con los vecinos, en espacios naturados, compartiendo tareas comunitarias de jardinería, cultivos agroecológicos o actividades culturales.
- Responsabilidad política y socioeconómica para lograr un horizonte sostenible para los problemas a corto, medio y largo plazo con una dimensión de justicia social
El ideal urbano es una ciudad naturada, inundada de parques y jardines, avenidas arboladas, edificios envueltos en fachadas verdes y azoteas con invernaderos y huertos que reciclan los gases y el calor de la calefacción.
La naturaleza puede llevarnos a superar el modelo urbano actual a través de soluciones basadas en la naturaleza como instrumentos para gestionar problemas rurbanos multidimensionales como el cambio climático, la calidad medioambiental, la gestión del agua y la seguridad alimentaria.
Julián Briz Escribano, Catedrático emérito, Universidad Politécnica de Madrid (UPM); Isabel de Felipe Boente, Profesora jubilada de Economía y Desarrollo, Universidad Politécnica de Madrid (UPM), and Teresa Briz, Profesora Contratada Doctora. Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.