Situado a unos mil 500 kilómetros de Lisboa, a medio camino entre el continente europeo y el americano, el remoto archipiélago de las Azores es conocido por su ecosistema: volcanes, aguas termales y lagunas en tierra firme; cetáceos, tiburones y mantas en sus aguas.
Pero una gran parte de su tesoro natural se esconden en el fondo del océano, a lo largo del casi millón de kilómetros cuadrados que conforman su zona económica exclusiva, una área que no ha sido explorada por completo.
Para saber un poco más de este ecosistema, un equipo del Instituto del Mar de la Universidad de Azores se ha embarcado en una expedición a bordo del buque Esperanza de la organización Greenpeace.
Camino inexplorado
La expedición sale antes del amanecer de Horta, en Faial, rumbo a una zona inexplorada por la ciencia: una serie de montes submarinos en un área situada entre las 75 y 116 millas náuticas al oeste de la isla.
"Las Azores son uno de los lugares del Océano Atlántico que tiene más diversidad de corales", cuenta la bióloga Marina Carreiro-Silva, que lidera el equipo científico de esta misión.
El objetivo prioritario es confirmar la existencia de corales paragorgia, una especie que puede alcanzar hasta seis metros de altitud y es muy vulnerable.
Después de 15 horas de travesía, el Esperanza llega al monte Beta, la primera parada de la expedición. Todos a bordo se movilizan: el capitán, el español de origen ruso Vlad Votiacov, mantiene el navío en posición estacionaria para que los técnicos puedan sumergir un ROV (siglas en inglés de Vehículo Operado a Distancia).
Cuando el vehículo toca fondo, a 650 metros de profundidad, las imágenes que reciben los biólogos reunidos en torno a unas grandes pantallas en la parte trasera del barco confirman los indicios.
Un enorme ejemplar de "paragorgia" -conocido comúnmente como "coral chicle" por sus puntas bulbosas- aparece ante los científicos portugueses, que calculan que pueda tener entre 300 y 500 años.
No es todo lo que encuentran en Beta. Cuando el ROV sigue avanzando, se topa con una población de una veintena de esponjas vítreas.
"Es una gran agregación de esponjas. Nunca habíamos visto una asociación como ésta antes", explica mientras observa las imágenes Carreiro-Silva, que cree que pueden pertenecer a la especie "asconema".
Los resultados se repiten al día siguiente en otro de los montes, el Cavala, aunque esta vez las paragorgias están acompañadas por una abundante variedad de corales sobre el sustrato marino. El equipo no descarta que pueda haber nuevas especies.
"Durante esta misión observamos muchas otras especies, algunas que nos parecen nuevas, aunque tenemos que analizarlas mejor. Esta expedición contribuye a aumentar todavía más el conocimiento de la diversidad total de corales y esponjas en las Azores", señala Carreiro-Silva.
Bajo impacto humano
El objetivo de la misión era no sólo identificar las especies, sino también comprobar el impacto que la actividad humana ha podido tener sobre ellas.
En las Azores la pesca de arrastre está prohibida y se practica principalmente el palangre de fondo -una línea de anzuelos con cebo cercana al lecho marino- y la línea de mano -pesca manual-, que tienen menos impacto.
"La pesca que se hace en las Azores es mucho menos destructiva que la que se hace en otros sitios. Por eso, cuando visitamos montes submarinos, seguimos encontrando comunidades bentónicas -organismos que habitan el fondo del mar-, corales bien desarrollados, con señales de poco impacto", cuenta Telmo Morato, otro de los biólogos que integran la expedición.
Otra de las posibles amenazas para este ecosistema es la minería. Aunque aún parece lejana, los biólogos locales han estudiado los efectos que podría tener sobre el mismo.
"Hemos hecho experimentos con corales y los resultados demostraron que hay un impacto muy rápido", relata Carreiro-Silva, que explica que las partículas generadas por la minería bloquean los canales de alimentación de los organismos y además los pueden intoxicar.
El experimento debía durar 30 días, pero los corales murieron después de 10 días sometidos al efecto de las partículas.
Proteger los océanos
Para evitar la pérdida de estos valiosos ecosistemas, los biólogos de las Azores recopilan la mayor cantidad de datos posible. Toda esa información, incluida la de la expedición a bordo del Esperanza, ayudará a definir qué zonas del archipiélago van a formar parte de su red de áreas protegidas, que está a punto de crecer exponencialmente.
Actualmente cerca del 5 por ciento del suelo oceánico de Azores goza de algún tipo de protección, pero gracias a un acuerdo firmado el pasado mes de marzo por el Gobierno regional de Azores con la fundación portuguesa Océano Azul y la estadounidense Waitt, en 2021 se protegerá otro 15 por ciento.
Estas áreas quedarán restringidas para la pesca y la minería de fondos marinos, para permitir la recuperación de los bancos de peces que han sido explotados durante los últimos 50 años, proteger los ecosistemas y las zonas potenciales de ocupación de cetáceos, tortugas o incluso tiburones.
"Esta campaña tendrá un papel importante porque nos va a ayudar a tener más información de una zona que desconocemos, también para alimentar los modelos de previsión de las especies que existen en zonas que no somos capaces de visitar y hacer un muestreo", explica Morato.
Por eso, los biólogos que trabajan en Faial aprovechan todas las expediciones a su alcance para seguir investigando los rincones sumergidos del mar azoriano, y en ocasiones los descubrimientos son inesperados.
Es lo que ocurrió el año pasado en una misión coordinada por Morato a bordo del navío portugués Gago Coutinho, durante la que se descubrió un nuevo campo hidrotermal, una zona de enorme riqueza biológica y con grandes cantidades de hierro e hidrógeno.
Este nuevo campo, situado en el monte Gigante, es diferente a todos los que se conocían en las Azores, según explica Morato, porque no produce las típicas fumarolas negras que se conocen en otros puntos del mar que rodea al archipiélago.
"Por lo que sabemos ahora, podrá tener varias especies nuevas para la ciencia, y las comunidades biológicas que la forman son muy diferentes de aquellas que son comúnmente encontradas en las fuentes hidrotermales más conocidas", señala Carreiro-Silva.
Maravillas a mil metros de profundidad
Azores guarda sólo una pequeña parte de los tesoros que esconden los océanos, para los que Greenpeace busca protección con misiones como del archipiélago portugués.
"Las aguas internacionales cubren más espacio que todos los continentes juntos, pero actualmente sólo el 1 por ciento están protegidos", dice Louisa Casson, responsable de Greenpeace a bordo del Esperanza.
La misión por los mares de las Azores supone el pistoletazo de salida de la segunda etapa de la expedición "De Polo a Polo", que lleva a la organización ecologista a la Antártida durante casi un año de navegación para promover que se adopte un Tratado Global de los Océanos en las Naciones Unidas.
"Nuestra segunda etapa se centra en las profundidades del océano, para entender las maravillas y los misterios que se encuentran a un kilómetro de la superficie y por qué necesitamos protegerlas, especialmente de amenazas nuevas y peligrosas como la minería de fondos marinos", señala Casson.
Con el tratado, Greenpeace espera que se pueda conseguir que el 30 por ciento de los océanos estén protegidos para 2030 y, con ello, queden fuera de los límites de actividades como la pesca o la minería.