México.- Las comunidades originarias tienen ser la punta de lanza para implementar acciones que ayuden a revertir los problemas que enfrentan los bosques, como la deforestación, mientras que las instituciones deben complementar esta labor para garantizar que esta sea conforme a la Ley, pero siempre teniendo en cuenta el punto de vista de sus habitantes.
A dicha conclusión llegaron Víctor Jurado, comunero de Santa Ana Tlacotenco y Daniela Moreno Cabello, representante de la organización Jóvenes comuneros y comuneras de Milpa Alta, al participar en el panel “El trabajo comunitario y autónomo para la conservación del bosque, la defensa de la madre tierra y el territorio de Milpa Alta”.
Durante el encuentro virtual organizado por el Centro de Educación y Capacitación para el Desarrollo Sustentable, en el marco de los festejos del Mes del Bosque, que impulsa la Secretaría de Medio Ambiente, los ponentes destacaron que cuando se habla del cuidado del bosque en la Ciudad de México se debe tener en cuenta que se trata del 60 por ciento de su territorio y que es suelo de conservación, por lo que su cuidado es fundamental para la vida y sustentabilidad de esta urbe.
Subrayaron que para ello es necesario dialogar con las personas que viven en estos ecosistemas, ya que son ellas las que enfrentan a diario los problemas que han derivado de la ruptura que tenía el ser humano con la naturaleza y que se definía por una cosmovisión en la que se consideraba al espíritu del bosque.
Víctor Jurado advirtió que los verdaderos comuneros tienen una relación horizontal con el bosque, ya que lo consideran un hermano, de manera que cuando toman algo de él le retribuyen. Sin embargo, en los últimos años se ha dado un cambio de mentalidad y a estos espacios sólo se les contempla como una mercancía, por lo que terminan por explotarlos bajo una visión vertical en la que el ser humano se coloca sobre la naturaleza.
Recordó que un ejemplo de ello fue la situación que enfrentó Milpa Alta luego de que un fenómeno meteorológico ocasionó la caída de varios árboles en 2010, por lo que, para evitar incendios, con la aprobación de la Secretaría del Medio Ambiente se determinó aprovechar la madera de los troncos caídos.
Sin embargo, esto se tradujo en una ocasión para que se comenzaran a talar árboles vivos, mientras que muchos de los troncos caídos en esa ocasión siguen en el suelo sin ser aprovechados.
Al respecto, Daniela Moreno advirtió que la labor de las instituciones solo se ha limitado a la simple intervención, sin tener en cuenta la percepción de quienes viven el problema, por lo que lejos de favorecer una participación de los pueblos solo intentan aplicar medidas que no ayudan.
A ello se suma la creencia de que las mujeres no tienen injerencia en la tierra, por ello en Milpa Alta sólo 30 por ciento son propietarias y a nivel comunal son pocas las que están reconocidas como tal, a pesar de que han demostrado que tienen mucho que aportar.
Lo anterior, dijo, llevó a la comunidad de Santa Ana Tlacotenco a darse cuenta de que como comuneros “si no somos punta de lanza, no tiene sentido” por lo que sus acciones más recientes han partido de asambleas que consideran la participación de la comunidad para implementar acciones con el apoyo de las autoridades, y no al revés.
Como resultado de ello, Víctor Jurado aseguró que se ha logrado reducir la tala hasta en 70 por ciento y adelantó que con la ayuda de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente se logrará detener el problema al 100 por ciento, pero sin ningún tipo de intervención arbitraria.
La clave, dijo, ha sido reconstituir el tejido comunal y el objetivo es rescatar esta visión en la que el hombre se considere parte de la naturaleza, por lo que debe mantenerse un diálogo constante con ella para garantizar una respuesta sana y equilibrada.
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