Tighnabruaich, R.Unido.- La lucha por recuperar sus tierras une a líderes indígenas, presentes en la COP26 para alzar sus voces contra el cambio climático, y los "highlanders", los habitantes de las tierras altas escocesas cuya propiedad rural se reparte entre unos pocos terratenientes.
Ambos pueblos, pese a los miles de kilómetros que los separan, se ven privados de sus tierras por intereses ajenos: empresas extractivas mineras, petroleras y madereras en el Sur; fondos de inversión, corporaciones y latifundistas en Escocia.
"Diferentes comunidades de todo el mundo tienen la misma lucha (...) el acceso a su tierra, interactuar y trabajar en ella", afirmó Mary Lou Anderson, que coordina la pequeña comunidad de Kilfinan, dentro del pueblo escocés de Tighnabruaich, al que llegó hace cuatro años.
En un acto esta semana en Tighnabruaich para marcar la amistad entre ambos pueblos, indígenas y "highlanders" plantaron un roble como símbolo de lucha y de su alianza por la recuperación de la tierra para las personas y la justicia climática.
En Escocia el "67% de las tierras pertenece al 0.025% de la población", explicó el director de políticas de Community Land Scotland, Calum McLeod.
Los habitantes autóctonos de las tierras altas ("highlands") fueron expulsados en los siglos XVIII y XIX por los terratenientes -"lairds", en gaélico- para reemplazarlos por ovejas y ciervos, que eran más rentables, según McLeod.
Un estudio difundido este lunes en el marco de la COP26 reveló que los pueblos indígenas y comunidades locales tienen 958 millones de hectáreas de terreno en todo el mundo, pero solo tienen derechos reconocidos legalmente sobre menos de la mitad de ese espacio, un total de 447 millones de hectáreas.
El informe -elaborado por la Rights and Resources Initiative (RRI), el Woodwell Climate Research Center y la Rainforest Foundation US- recoge que estos territorios en 24 países suponen el 60 % de los bosques tropicales del planeta, pero debido a su falta de reconocimiento oficial las comunidades indígenas están expuestas a la deforestación y a la explotación de al menos 130 millones de toneladas métricas de carbón.
De la Amazonia a Escocia
"Vengo de un pueblo totalmente diferente", expresó Nemo Andi Guiquita -de nacionalidad huaorani en la Amazonia ecuatoriana-, con el contorno de sus ojos coloreado de rojo: "Tenemos nuestro bosque primario, ríos limpios, montañas, animales..."
Nemo destacó la dureza de ver en las tierras altas "cómo un país no puede tener sus propios árboles nativos".
"Me parte el alma ver que la humanidad llegó a este nivel de destrucción", dijo como representante de nacionalidades indígenas de Ecuador (CONFENIAE).
También alzó la voz Levi Sucre, del territorio costarricense Bribri, quien reflexionó sobre la necesidad de "traer a los políticos a hablar aquí para que se calienten con el calor de la energía de los bosques".
El arca de la alianza climática
David Blair, director de la pequeña comunidad de Kilfinan, emuló al bíblico Noe al construir un arca de 20 metros de largo por 6 de alto en una colina, en la cercana península de Cowal, "antes de la celebración de la COP" para "instar a los líderes mundiales a pensar en grande y actuar ya."
El arca fue el ágora para hablar del cambio climático. Blair, vestido con el tradicional 'kilt' escocés, preguntó por sus consecuencias en los distintos hogares indígenas.
"Durante mucho tiempo los indígenas hemos hablado del cambio climático, sin utilizar esa expresión," apuntó Cris, de la Amazonia brasileña.
"Mi poblado está destruido por las explotaciones petrolíferas", lamentó por su parte Mina Setra, representante de la comunidad indígena Pompakng en Indonesia, "crecí en los bosques" continúa, pero ahora "debido a estas empresas, el bosque ya no existe."
Unos bosques que, para Sara Omi, de la comunidad Embera en Panamá, son necesarios "para seguir asegurando las medicinas tradicionales."
"En la selva también nos afecta el cambio climático", asevera Nemo. El desborde de los ríos "ha destruido nuestros cultivos y se ha llevado nuestros hogares", que a su vez se ven amenazados por "empresas extractivas mineras, petroleras, madereras".
"La selva es nuestra farmacia, nos provee de alimentos. No es un pozo petrolero para nosotros, no es una mina de oro: es vida", clama la líder huaorani.