Futaba (Japón).- El tiempo parece detenido desde hace una década en las localidades que rodean a la accidentada central nuclear de Fukushima, que permanecen casi desiertas pese a los esfuerzos de las autoridades para descontaminar y revitalizar la zona.
Calles recién asfaltadas pero vacías y flamantes estaciones de trenes sin un solo pasajero conviven en la zona de acceso restringido, donde también permanecen viviendas y comercios abandonados tal cual quedaron tras el desastre atómico desencadenado por el terremoto y el tsunami del 11 de marzo de 2011.
Las huellas del accidente que obligó a evacuar a más de 160 mil personas y a cerrar localidades enteras por la contaminación radiactiva siguen visibles en las áreas afectadas, donde el Gobierno nipón ha invertido cantidades multimillonarias para recuperar una normalidad que todavía parece muy lejana.
Coincidiendo con el décimo aniversario de la catástrofe, la prefectura de Fukushima ha sido elegida para acoger el arranque del relevo de la antorcha olímpica en Japón, que tendrá lugar el próximo 25 de marzo y culminará con la inauguración de los Juegos de Tokio, prevista el 23 de julio.
El relevo atravesará pueblos como Futaba, Tomioka y Namie, dentro del "radio maldito" de 20 kilómetros en torno a la planta de Fukushima Daiichi que fue evacuado por completo tras el accidente. La mayor parte de ellos estaba designada hasta hace un año como "zona de difícil retorno" por los excesivos niveles de residuos radiactivos emanados de la planta.
Parte de estas localidades han sido declaradas de nuevo habitables por las autoridades tras las arduas tareas de limpieza y descontaminación, y dotadas de nuevas infraestructuras como centros cívicos, bibliotecas o estaciones ferroviarias con el objetivo de recuperar población.
Pero el grueso de los municipios sigue siendo de acceso prohibido por su alta contaminación radiactiva. Unos 337 kilómetros cuadrados están aún designados como "zonas de evacuación", lo que mantiene desplazadas a más de 36 mil personas.
Por eso el embellecimiento de los tramos por los que pasará la antorcha incomoda a ciudadanos como Yukiko Mihara, quien considera que las autoridades y algunos habitantes de la zona "quieren hacer como si no existieran" las consecuencias de la catástrofe.
Su familia se vio obligada a cerrar un establecimiento comercial en Namie tras el accidente y a mudarse a otra zona de Japón, donde aún residen, según relata Mihara.
Pueblos fantasma
"Parece que quieren traer el recorrido de la antorcha para mostrar la reconstrucción, pero ni siquiera se ha terminado la reconstrucción", dice por su parte Yasushi Niitsuma, propietario de un restaurante de la misma localidad, que apenas ha recuperado el 10% de su población de hace una década.
En un colegio abandonado de Namie que está a punto de ser demolido, las pizarras de sus aulas aún muestran la fecha escrita con tiza del fatídico día que cambiaría el destino de esta región.
Futaba, municipio que acoge las instalaciones nucleares de Daiichi, tenía 7 mil habitantes que fueron evacuados por completo tras el accidente, y a día de hoy ninguno ha podido regresar debido a que la mayor parte del pueblo sigue cercado con la excepción de su estación de trenes y alrededores.
Frente a la estación, coloridos murales pintados por artistas nipones -uno de ellos con el mensaje "Here we go!" ("¡Aquí vamos!")- aguardan a los inexistentes visitantes.
En los aledaños hay casas invadidas por la vegetación y rodeadas de objetos cotidianos desperdigados, y comercios con techos derrumbados y escaparates rotos, a través de los cuales pueden verse ropa, calzado y otros bienes cubiertos de polvo.
Futuro incierto
Solo en 2019 el gobierno regional gastó 233 mil millones de yenes (mil 822 millones de euros) en proyectos de nuevas infraestructuras, de recuperación económica o de promoción de sus productos para desvincularlos del estigma nuclear, según datos oficiales.
Parte de esa cantidad se usó para reconstruir el tramo entre Tomioka y Namie de la línea ferroviaria Joban (que recorre el noreste de Japón), el cual fue reabierto en marzo de 2020 tras 9 años sin operar.
"Me temo que la época aún más dura está por venir tras estos diez años", dice la antes citada Mihara, quien considera que "se están ignorando los sentimientos" de las personas que vivían en la zona afectada.