Madrid.- Aunque las evidencias del cambio climático son ya imparables, la cumbre de Glasgow se enfrenta a numerosas creencias falsas, que han evolucionado desde el negacionismo puro de hace años hasta el fatalismo para "salvar la economía" y campañas de desinformación como los "lavados de imagen verde" o "ecopostureos".
Desde la salida de Donald Trump de la Casa Blanca, las tesis que niegan la existencia del calentamiento global han perdido fuerza más allá de círculos radicales como el del presidente brasileño Jair Bolsonaro o los partidos políticos más extremistas, pero se ha abierto camino un negacionismo camuflado más sutil, que considera inevitable el cambio climático.
Así lo advierte el investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Fernando Valladares, quien explica cómo los actuales negacionistas "camuflados" sostienen que es mejor "no hacer nada" porque "no hay quien lo arregle" o porque el cambio climático va ligado a un sistema socioeconómico que "nadie puede cambiar".
Los negacionistas frontales, tipo Bolsonaro o Trump, "están en vías de extinción" porque las evidencias científicas y la acumulación de información "hacen muy difícil" defender que el calentamiento global no existe, subraya Valladares, pero los argumentos de quienes se oponen a combatirle "se han ido refinando" y ahora hay "mucho negacionista camuflado".
"Esto no hay quien lo arregle" y el "ecopostureo"
Por un lado, están quienes trasladan la responsabilidad a "los científicos, que no se aclaran", o a "los políticos, que cada uno tiene una idea". Y, por otra parte, quienes argumentan que, como el origen del problema es un sistema energético vinculado a un sistema socioeconómico que nadie va a poder cambiar, es imposible arreglarlo.
Las campañas de desinformación también presentan características muy distintas a las de hace años. De los tradicionales informes de petroleras como Shell para defender su negocio se ha pasado a operaciones de lavado de imagen verde conocidas como "greenwashing", con las que se pretende hacer creer que ya se están cambiando las cosas cuando "no cambia casi nada".
En el EU de Trump se crearon grupos de presión en el Senado, financiados por "filántropos y fundaciones muy bien identificadas", para rebajar la prioridad de las medidas climáticas y sembrar la incertidumbre, pero ahora predominan las campañas de lavado de imagen de empresas y grandes corporaciones con pretendidas actuaciones contra el cambio climático.
Se trata de "una forma de edulcorar la realidad" de las propias empresas y de las políticas nacionales e internacionales, con el fin de "permitir actividades muy intensivas en carbono", porque son compañías de energía, transporte o infraestructuras que "tendrían mucho que perder si se reorienta el negocio de la quema de combustibles fósiles".
Negacionismo promovido desde la casa blanca
Este tipo de campañas proviene más del mundo empresarial que del político, salvo posiblemente gobiernos muy conservadores como el austríaco. Y luego están las "opciones radicales de extrema derecha" como el presidente Bolsonaro o el partido Vox en España, que "hacen mucho ruido" y generan "un efecto en cascada bastante pernicioso", pero son opiniones populistas "numéricamente pequeñas".
José Manuel Moreno, catedrático de Ecología en la Universidad de Castilla-La Mancha, destaca asimismo que, como los negacionistas ya no pueden basar sus tesis en supuestos argumentos científicos, dan ahora la batalla en el terreno puramente ideológico.
"Y, por desgracia, el mayor negacionista ha sido nada menos que el presidente de EU, el país que debe todo su poderío a su ciencia", lamenta este experto.
La acumulación de evidencias científicas ha hecho que los mitos negacionistas más tradicionales hayan perdido fuerza, de modo que ya prácticamente nadie niega el calentamiento del planeta o piensa que sus efectos son positivos para el ser humano. Igualmente, la falsa creencia de que no hay consenso científico sobre la crisis climática ha quedado limitada a sectores muy extremos.
El falso dilema entre cuidar el planeta y salvar la economía
También ha ido perdiendo fuelle la tesis de que el calentamiento global no es culpa del ser humano. Es patente que solo los gases de efecto invernadero explican el alcance de este fenómeno, y no las causas naturales de variabilidad del clima: las manchas solares, los cambios en los ciclos orbitales de la Tierra o las perturbaciones por erupciones volcánicas.
Pero mientras los mitos clásicos del negacionismo se van desinflando, ha ganado terreno con fuerza a raíz de la pandemia de la covid-19 una falsedad muy extendida: no se puede luchar contra el cambio climático porque hay que elegir entre cuidar el planeta y cuidar la economía.
Valladares advierte del peligro que entraña este "falso espejismo", porque algunos países promueven una economía intensiva en carbono y para ello esgrimen "el escudo de la necesidad social, del problema generado en la economía por la covid".
Es un argumento falso porque se basa en comparaciones imposibles entre medidas a corto plazo para "pagar las facturas" y "salir de la crisis", acciones a largo plazo para cambiar el sistema energético y actuaciones a muy largo plazo para mitigar el cambio climático.
Ridiculizar a Greta para desacreditar la lucha climática
Además, parte de la falsa premisa de que los recursos del planeta son ilimitados, cuando no lo son. Y, precisamente por ello, las empresas sostenibles son las más competitivas, porque, más allá del cuidado ambiental, promueven la eficiencia en la gestión de unos recursos escasos frente a un modelo consumista inviable.
"Guiar el mundo en contra de la ciencia no es un buen negocio", advierte por su parte Moreno, miembro del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), y recalca que para vivir todos mejor no hay más alternativa que evitar la contaminación.
Capítulo aparte merece la avalancha de falsedades atribuidas a Greta Thunberg, con las que se pretende ridiculizar a la activista sueca como medio para intentar desacreditar la lucha contra el cambio climático. Esa es la campaña más difícil de neutralizar, un "sangrado" casi inevitable "con el que hay que vivir", apunta Valladares con resignación.
En todo caso, aunque Thunberg no sea una científica sino una activista, sus convicciones están fundadas en la ciencia, de modo que, concluye Moreno, por mucho que la ataquen a ella como mensajera, nunca podrán por esa vía "tumbar a la ciencia del cambio climático".