Las fanerógamas marinas son plantas superiores –con hojas, rizomas, raíces y flores que producen semillas– con ancestros terrestres que colonizaron los océanos hace 100 millones de años. Existen unas 60 especies distribuidas por las costas de alrededor del mundo excepto la Antártida. Su crecimiento clonal (por rizomas) les permite extenderse lateralmente formando praderas submarinas en aguas someras de hasta 50 m de profundidad.
Las praderas submarinas son clave para la conservación de diferentes especies. La alta productividad de estos ecosistemas supone una fuente importante de materia orgánica para las cadenas tróficas. La estructura tridimensional que forman ofrece zonas de refugio, cría y alimentación a numerosas especies de peces, crustáceos, moluscos y otros animales.
Además, mejoran la calidad del agua y aumentan su transparencia, protegen las playas frente a la erosión costera y contribuyen a mitigar los efectos del cambio climático al ser capaces de absorber CO₂ y enterrarlo en el suelo.
Cómo nos ayudan a combatir el cambio climático
Para frenar el cambio climático es fundamental reducir o dejar de emitir gases de efecto invernadero, pero también absorber su exceso en la atmósfera. Se entiende que conservar bosques e incrementar las zonas verdes ayuda a mitigar el cambio climático, pero pocas veces se piensa en las praderas de fanerógamas marinas como importantes sumideros naturales de carbono.
El CO₂, uno de los gases de efecto invernadero que está provocando el cambio climático, es capturado por las hierbas marinas a través de la fotosíntesis y es convertido en carbono orgánico que la planta incorpora en su propia estructura.
Además, las hojas de las plantas atrapan partículas en suspensión ricas también en carbono orgánico formadas por otros productores primarios como el fitoplancton. Este carbono orgánico, tanto el absorbido por la planta como el capturado en forma de partículas, se entierra en el entramado de raíces de las praderas donde se puede preservar durante cientos y miles de años.
Las praderas submarinas ocupan menos del 0.2 % de los fondos marinos, pero son responsables de secuestrar el 10 % del carbono anual almacenado en los océanos. La tasa de secuestro de carbono en praderas submarinas a largo plazo supera en más de 20 veces la de los bosques terrestres por unidad de área.
Estos ecosistemas son sumideros de carbono intensos debido a su alta productividad, su capacidad de atrapar y enterrar partículas en suspensión y detritos de su propia vegetación. El ambiente anóxico, junto con la baja concentración de nutrientes en los detritos, contribuye a que la tasa de descomposición del material enterrado sea muy lenta.
Sin embargo, no todas las especies de hierbas marinas tienen el mismo potencial para secuestrar carbono a largo plazo. En general, los depósitos de carbono de las fanerógamas de pequeño tamaño (como los géneros Halophila y Halodule) tienden a ser menores que el de las especies de mayor tamaño.
Los mayores depósitos de carbono se encuentran en praderas de especies del género Posidonia. Estas se distribuyen en la costa del sur de Australia y en el mar Mediterráneo, de donde es endémica Posidonia oceanica.
Halophila stipulacea en el Mediterráneo
En el Mar Mediterráneo también podemos encontrar praderas submarinas de Cymodocea nodosa y, en menor extensión, de Zostera noltii y Z. marina. Además, hace 100 años se observaron por primera vez praderas de Halophila stipulacea. Esta fanerógama marina, de origen tropical, llegó al mar Mediterráneo tras la apertura del canal de Suez (1869) adherida a redes de pesca o a anclas de barcos que venían del mar Rojo. Actualmente su distribución en el Mediterráneo se limita a la cuenca oriental.
A pesar de ser una especie exótica, no se han descrito apenas efectos negativos de esta planta sobre la flora y fauna marina del Mediterráneo. En un reciente estudio, hemos observado que su capacidad de secuestrar carbono es similar e incluso superior a praderas vecinas de C. nodosa y P. oceanica. Esto se debe a su elevada tasa de crecimiento, a su capacidad de recolonización rápida tras perturbaciones y a que puede vivir en ambientes sedimentarios con poca luz.
Sin embargo, este estudio solo se realizó en el Mediterráneo oriental. Allí la tasa de enterramiento de carbono tiende a ser más baja que en la cuenca occidental debido a la baja producción primaria por la escasez de nutrientes. De hecho, el secuestro de carbono de H. stipulacea en el este del Mediterráneo es baja si se compara con el observado en praderas de P. oceanica en Baleares. Bajo estas últimas se encuentran algunos de los mayores depósitos de carbono orgánico descritos.
Efectos negativos del calentamiento global
Desgraciadamente, las praderas de Posidonia son muy sensibles a la temperatura. Su mortalidad se acelera partir de los 28℃ de temperatura.
Los modelos climáticos indican que la temperatura en la superficie del mar Mediterráneo durante la época estival podría aumentar en 3.4 grados de media a finales del siglo XXI. A partir del año 2050, se superarían los 28℃ todos los veranos en el Mediterráneo occidental.
Teniendo en cuenta las proyecciones de temperatura basadas en escenarios de emisiones de gases de efecto invernadero más severos y la tolerancia térmica de P. oceanica, los modelos pronostican la pérdida de gran parte de la extensión de posidonia a finales de este siglo.
En cambio, H. stipulacea sobrevive y crece a temperaturas de más de 36℃. Aunque hoy en día se encuentra confinada en el centro y este del Mediterráneo, se espera que se expanda por el oeste a finales de siglo con el aumento de la temperatura del agua.
Al perder P. oceanica, además de disminuir la capacidad de captura de CO₂, los depósitos de carbono acumulados durante milenios por la pradera quedarían expuestos a la corriente y al oleaje, podrían erosionarse y liberar CO₂ a la atmósfera.
H. stipulacea y C. nodosa, que también tolera temperaturas altas, podrían colonizar los fondos previamente ocupados por praderas de P. oceanica, y así evitar la perdida de carbono almacenado. Desde este punto de vista, la expansión de H. stipulacea podría ser beneficiosa para el futuro del Mediterráneo.
Sin embargo, para expandirse por la cuenca occidental H. stipulacea necesita que la temperatura mínima suba 3℃, y este aumento de temperatura pondría en peligro la supervivencia de P. oceanica. Por este motivo, es de suma importancia que todos los países cumplan con el acuerdo de París, reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero. Así garantizaremos que estos ecosistemas milenarios continúen proporcionando servicios a las futuras generaciones.
* Marlene Wesselmann es Investigadora predoctoral en el Grupo de Cambio Global, Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA - CSIC - UIB) and Núria Marbà Bordalba, Investigadora CSIC, Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA - CSIC - UIB).
Este artículo forma parte de Oceans 21, una serie de artículos sobre los océanos del mundo que nos llevan a explorar las antiguas rutas comerciales del océano Índico, la contaminación de plásticos en el Pacífico, la luz y la vida en el Ártico, la pesca en el Atlántico y la influencia del océano Antártico en el clima global.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.