Monterrey (México).- En el estado de Nuevo León (México), a dos horas y media está La Soledad, una hacienda reorientada al cultivo de patatas que está contribuyendo a desarrollar un modelo de agricultura "4.0" en Latinoamérica.
"En los últimos 15 años nos hemos dedicado a romper paradigmas", dice su propietario, Francisco Chapa, quien remite a la fecha en que su empresa, AgroJaba, firmó un contrato con el gigante de la alimentación y las bebidas PepsiCo para proveerle sus patatas, pero también "aprender a desaprender" lo que sabía sobre agricultura.
Chapa adquirió a principios de los 90 unas 5 mil hectáreas de la hacienda, hoy sembrada de tubérculos que crecen al sol, protegidos por la Sierra Madre, y cuyos secretos bajo tierra conoce tan bien como su ciencia: el proceso de cosecha dura 120 días, pero multitud de factores cambian su resultado.
Con maestría, corta una patata que luce blanca y brillante: es una variedad industrial de la compañía, fruto de cuatro años de investigación y que él alimenta por goteo, la técnica de riego más costosa y eficiente para optimizar el agua.
"La agricultura es responsable del 70 por ciento del consumo de agua en el mundo", recuerda el director del negocio agroalimentario de PepsiCo en Latinoamérica, Arturo Durán, quien supervisa la aplicación del ambicioso "Programa de Agricultura Sostenible" de la firma, basado en pilares económicos, sociales y medioambientales.
Entre sus objetivos está reducir la huella de carbono de la cadena de valor, para lo que financia la modernización tecnológica de sus agricultores y los forma en prácticas de almacenaje, riego, nutrición o estándares para sus empleados, todo certificable.
En 2018, la mitad de la materia prima del campo que recibe PepsiCo estaba certificada como "procedente de fuentes sostenibles", mientras que la patata ya ha alcanzado el cien por cien, según indicó en septiembre el consejero delegado y presidente de la compañía, Ramón Laguarta, en un informe de sostenibilidad.
"Las costumbres del campo tienen muchos años, pero no significa que no podamos cambiar", comenta Durán, que explica cómo varias veces al año los agricultores y ejecutivos viajan a cultivos de vanguardia por el mundo y después comparten sus conocimientos en una "Agro University" creada por PepsiCo donde pueden hablar de tú a tú.
"Queremos una sola Latinoamérica", resalta el director sobre sus proveedores, que van replicando modelos más sostenibles de agricultura en diferentes cultivos y lugares de la región, de manera que al final "el que está ganando es el país".
Cuando abre una bolsa de papas -en el caso de México, de la marca Sabritas-, "la gente no ve que hay una inversión en sostenibilidad", asevera Chapa, quien destaca la "certidumbre" a largo plazo que le aporta vender a un precio pactado su cosecha y el "cambio cultural" que ha generado en el área, rural y antes marginada.
A esto último se refiere en su libro "Campo mexicano: en busca de mejores tiempos" (2016): "La inversión privada productiva y sustentable realizada en áreas donde no existen fuentes de trabajo, sean o no zonas de alta marginación, conduce irremediablemente a crear un espiral virtuoso de desarrollo en las microeconomías".
AgroJaba, que es uno de los veinte proveedores de patata de PepsiCo en México, ha pasado de producir en sus inicios 800 toneladas anuales a unas 27 mil, impulsada por la alianza con el primer comprador industrial de este tubérculo, que obtiene unas 280 mil toneladas al año, en torno al 20 por ciento nacional.
Pese al éxito de su negocio, "si no hacemos algo, dejará de haber muchos agricultores", apostilla Chapa, que apuesta por un modelo de "agricultura 4.0" en el que la tecnología no se use solo de manera "correctiva, sino predictiva", y se adelante a los acontecimientos.
"El cambio climático ya lo tenemos. Los agricultores no se han dado cuenta, lo tenemos que enfrentar. Nos va a alcanzar el futuro", advierte el empresario, graduado en ingeniería industrial y exprofesor universitario de Matemáticas y Estadística.
Su hijo, también llamado Francisco Chapa y que es director de operaciones, conduce hasta un par de pruebas que buscan "hacer más con menos": un cultivo de "doble cama" y otro cubierto con plásticos biodegradables que mantienen la humedad y protegen de los insectos.
"Imagina que se expanda al resto de Latinoamérica; el ahorro de agua va a ser brutal", dice Durán, revisando esos lotes que, según explica Chapa hijo, cuestan más dinero pero alimentan más patatas con menos riego por hectárea y, por tanto, menos fertilizante.
Bajo el fuerte sol de otoño y entre el polvo que levantan las máquinas, decenas de campesinos trabajan cosechando las patatas que ya están listas: llenan grandes bolsas que después serán revisadas y cargadas en un camión rumbo a la ciudad de Saltillo, en el estado de Coahuila, donde PepsiCo tiene una planta de producción.
Operativa 23 horas al día, en esta planta se procesan 2 mil 300 kilos de papas por hora procedentes del rancho La Soledad y de algunos almacenes, lo que genera al mes 5 mil toneladas de "snacks" que abastecerán a todo el norte de México, especialmente a las "tiendas de mamá y papá", pequeñas y de barrio.
Su directora, María del Carmen Pérez Raigosa, reitera en una visita por el automatizado interior que PepsiCo está utilizando la "tecnología para ser más eficientes, gastar menos energía y dejar menos huella" como parte de ese programa de sostenibilidad global.
En conjunto, el negocio de Alimentos de la firma en México utiliza en torno al 75 % de energía eólica, incluida esta planta donde la meta es el "zero landfill": no desperdiciar nada, señala Pérez Raigosa.
Como el resto de plantas de PepsiCo, la de Saltillo tiene instalaciones de tratamiento de agua que le han permitido reducir su uso de 10 a 2 litros por kilo producido, y aprovecha subproductos como los lodos, que pasan a ser compost, o el almidón, que según su grado alimentario se reutiliza en galletas o pegamento.
Presente desde hace un siglo en Latinoamérica y consciente de que la agricultura es "el fundamento del sistema alimentario y la raíz del negocio", la firma tiene como meta que en 2020 todas sus materias procedentes del campo estén certificadas como sostenibles y, para 2025, reducir un 15 por ciento el uso del agua en áreas de riesgo.