Ciudad de México. El Instituto de Recursos Mundiales México (WRI México, por sus siglas en inglés) incorporó la Ciencia Participativa, metodologías de investigación que ayudan a cerrar la brecha entre la sociedad, la academia y las instituciones públicas, en una nueva publicación que tuvo como objetivo para mejorar la calidad del aire en las ciudades de León, Guanajuato, y Guadalajara, Jalisco.
La contaminación atmosférica está catalogada como una grave amenaza a la salud en todo el mundo. En México, este factor se asoció con más de 48 mil muertes prematuras en 2019.
Beatriz Cárdenas, directora global de Calidad del Aire en el WRI, indicó que entre 2019 y 2018, León, Guanajuato, y Guadalajara, Jalisco presentaron concentraciones por arriba de los límites de las normas de protección a la salud de contaminantes como PM10, PM2.5 y O3.
“Mejorar la calidad del aire requiere acciones de alcance global, pero de aplicación local. Es decir, la implementación de cambios, metodologías y herramientas debe llevarse a cabo a nivel ciudad, municipalidad, alcaldía, etc.”, propuso.
Para que esto suceda, dijo, las personas de una comunidad local deben comprender su entorno a partir de las fuentes de emisión de contaminantes y las acciones que pueden implementar para incidir de manera efectiva e informada.
Bajo estas premisas, el equipo de Calidad del Aire de WRI México comenzó a trabajar con autoridades locales como la Dirección General de Medio Ambiente de León, Guanajuato, organizaciones civiles como el Colectivo Ecologista Jalisco A.C. y con instituciones académicas como la Universidad de Edimburgo para crear datos y formular soluciones a partir de la ciencia participativa.
En León se identificaron niveles de referencia para medir el impacto de una posible Zona de Bajas Emisiones. En Guadalajara, el objetivo se centró en proporcionar una referencia de las concentraciones de exposición de la población que vive, trabaja y visita el centro histórico de la ciudad.
Para trabajar en estos ejercicios, la Escuela de Informática de la Universidad de Edimburgo brindó dispositivos basados en microsensores, así como capacitación técnica sobre su uso. Una vez que las partes involucradas tuvieron esta información, se implementaron algunos criterios para hacer mediciones con rigor, y que pudieran llevarse a cabo mediante recorridos pedestres y ciclistas.
“La ciencia participativa muestra que existe otra forma de involucrar activamente a la ciudadanía al generar conocimiento científico-técnico útil para la toma de decisiones en al ámbito público y privado, mejorar la calidad del aire y la salud, al mismo tiempo que se eleva la consciencia y el compromiso de personas no especializadas en calidad del aire”, afirmó Cárdenas.
La participación de la sociedad civil en estos procesos de investigación científica demuestra que existen formas activas en que la ciudadanía puede interactuar con la ciencia, lo que deja de lado la idea de que ésta sólo es el público o el sujeto de estudio. Su intervención en la creación de información ayudará a la generación de políticas, pero también la sitúa como actor clave en la transformación del entorno y en procesos democráticos de toma de decisiones.
La ciencia participativa no puede sustituir las redes de monitoreo ambiental cuyos equipos utilizan métodos de medición de referencia para realizar un monitoreo robusto y especializado de la calidad del aire, las cuales son normadas por instituciones internacionales reconocidas para tales efectos. Pero sí puede ayudar a complementar datos a nivel local e incluso a detectar fuentes de contaminación en determinadas zonas geográficas que ayuden a mapear y comprender otras dinámicas de contaminación.