Madrid.- Los gases de efecto invernadero más comunes, y por tanto más conocidos, abarcan una docena de especies moleculares, entre los que se encuentran los óxidos de nitrógeno (NOx), el ozono (O3), los Clorofluorocarbonos (CFC), el metano (CH4), el vapor de agua (H2O) y, el ya citado, dióxido de carbono (CO2).
"La idea es comunicar que hay una familia de gases que tienen efecto invernadero, no sólo uno", explicó el profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España, Fernando Valladares.
Este investigador reconoce que, a pesar de que el CO2 es el gas más abundante, las actividades vinculadas a la liberación de metano (CH4), -que han tenido “un volumen de emisiones pequeño, hasta el momento”-, provocarán en una o dos décadas que “el metano reemplace al dióxido de carbono y se convierta en el principal gas con efecto invernadero”.
Por el momento, “el CO2 es muy abundante en la atmósfera, más que el CH4, pero su capacidad para calentarse es veinte veces menor", ha explicado el profesor, lo que se traduce en que una pequeña cantidad de metano tiene más efecto invernadero que esa misma cantidad de dióxido de carbono.
Por otra parte, el divulgador climático y meteorólogo de Meteored, José Miguel Viñas, considera que “nunca nos hemos enfrentado a una situación de CO2 en la atmósfera como la actual” y, aunque este gas pueda favorecer la fotosíntesis en algunas zonas, el principal inconveniente vinculado a su presencia es el aumento de la temperatura planetaria.
Pero estos gases no son los únicos que afectan a la Tierra, los Clorofluoruros o denominados CFCs -unos gases derivados de procesos industriales, utilizados en los aires acondicionados o en compuestos aislantes como resinas y espumas-, también tienen efectos en el calentamiento global.
La acumulación de CFCs se ha conseguido revertir con el Protocolo de Montreal (1987), un convenio diseñado para proteger la capa de ozono que tuvo “un efecto positivo”, según Valladares.
A pesar de ello, el desarrollo de distintos procesos industriales ha liberado otros gases a la atmósfera, cuya acumulación “está aún por determinar, porque tú liberas unas moléculas, pero entran en reacción con el cóctel de la atmósfera y se forman otras”, ha explicado Valladares.
“Se calcula que liberamos a la atmósfera más de mil 600 o 2 mil especies moleculares”, una estimación que, según el investigador, es aproximada porque “sabemos que las liberamos, pero no hay forma de medirlas”.
De estas 2 mil especies, la sociedad solo conoce la docena más común, se ignora el efecto que pueden tener en la salud de las personas y “pueden ser muy importantes en procesos naturales e intervenir en el ciclo del carbono, del agua o del azufre, por ejemplo”, ha señalado.
Los resultados de estas emisiones provocarán que “no seamos capaces de adaptarnos a un cambio debido a su velocidad” y el deterioro de los ecosistemas a través de la superación de “límites en procesos naturales, como los ciclos de materia y energía, la transmisión de calor al planeta o la acidificación de los corales”.
El investigador espera que los acuerdos de la COP25 que se celebrará a partir de la próxima semana en Madrid, “sean más concretos y vinculantes”, porque países como China, Estados Unidos o India, “representan un peso muy importante en esas emisiones”.
“No vamos a lograr un cambio profundo hasta que veamos los sacrificios como oportunidades”, ha concluido.