México.- Las múltiples crisis ambientales que se viven en Latinoamérica y en el mundo, que incluyen dimensiones económicas, sociales, políticas, culturales, ecológicas y de salud, ya no pueden ser estudiadas o interpretadas exclusivamente desde el ámbito económico o social convencional, como tampoco es posible que se dé respuesta a estas complejidades partiendo de una fragmentación disciplinar, que hasta ahora sigue siendo dominante entre las ciencias naturales, sociales y humanas, señaló la doctora Aleida Azamar Alonso, investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Durante su participación en el 19º Congreso Nacional de Medio Ambiente en Poços de Caldas, Minas Gerais, Brasil, una de las mayores actividades de educación medioambiental en ese país, la académica del Departamento de Producción Económica de la Unidad Xochimilco sostuvo que es necesario observar de manera integral las características socioculturales y ecológicas en la región para evitar una mirada sesgada.
La investigadora subrayó que debe converger la transdisciplinariedad, que es relevante cuando se habla de una región como América Latina que ha sido marcada por prácticas coloniales en donde, aunque hay diferencias en cada territorio y en cada periodo histórico, ha significado un entramado de implicaciones multidimensionales, locales, regionales y globales, y se han entrelazado.
Azamar Alonso aseguró que es preciso plantear un proyecto teórico, técnico y práctico que fortalezca las capacidades locales y que promueva una reflexión crítica en América Latina, y que esta discusión se dé en torno al entendimiento y a la interpretación de las relaciones ser humano-naturaleza, en este complejo metabolismo social latinoamericano y desde una mirada socioecológica propia del campo de un estudio transdisciplinar como lo es la economía ecológica.
Se trata de una ciencia transdisciplinaria muy horizontal, que no tiene jerarquía en los intercambios ni en los objetivos, que se comparte entre biólogos, economistas, matemáticos, botánicos y otros especialistas, e integra un conjunto de elementos que comprende la biósfera y todo lo relacionado con la naturaleza.
Los acuerdos ambientales mundiales, desde la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, pasando por el Protocolo de Kioto, hasta la Cumbre de París en 2015 y las más recientes, “no han contribuido a modificar la tendencia de la crisis socioecológica que vivimos; no ha ayudado al cambio climático –porque seguimos perdiendo biodiversidad– ni a reducir los conflictos socioambientales”.
Estos acuerdos internacionales han promovido con mucha fuerza narrativas de sostenibilidad débiles, es decir, el desarrollo sostenible, la economía verde, así como la circular, que tienen el mismo denominador común, la creencia de que es posible y deseable un crecimiento económico perpetuo y desmaterializado, y esto no es verdad, aseguró Azamar Alonso. También se piensa que con las nuevas tecnologías se va a poder resolver cualquier restricción ambiental.
Ese paradigma de sostenibilidad débil entiende la economía como un todo y a la naturaleza como si fuera parte de esa economía, interpretada como capital natural. Esto es especialmente problemático en el contexto de Latinoamérica porque, “dada nuestra realidad de una economía que es de base extractivista y de alta vulnerabilidad en términos sociales y ambientales”, sigue a travesada por la persistente colonialidad que afecta en especial a pueblos indígenas y campesinos.
Azamar Alonso señaló que otro factor que preocupa a la economía ecológica es la huella ecológica, un concepto que corresponde al área del territorio ecológicamente productivo, es decir, a los cultivos, los pastos, los bosques, al ecosistema acuático, “necesario para producir los recursos que utilizamos y para asimilar los residuos que se generan”.
Aunque la huella ecológica es un indicador útil, solo es orientativo, pues no contabiliza algunos impactos, especialmente los de carácter cualitativo, como la contaminación al suelo, al agua, a la atmósfera, la erosión, la pérdida de biodiversidad cuando se talan árboles, o la degradación del paisaje cuando se abre una mina a cielo abierto.
La huella ecológica asume que las prácticas en los sectores agrícola, ganadero y forestal son sostenibles y que la productividad del suelo no disminuye con el tiempo. Desde la economía ecológica se sabe que no es así, que cada vez que se siembra maíz, soya o un cultivo distinto, el suelo se va degradando y va disminuyendo su calidad.
En México hay más de dos mil comunidades que han emprendido acciones de desarrollo sustentable, lo que muestra que hay una voluntad que nace desde abajo para llevar a cabo estas prácticas; hay ejemplos tangibles de proyectos productivos sin provocar un ecocidio en el proceso, con los saberes de las comunidades de pueblos originarios.