Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la contaminación del aire es uno de los mayores riesgos ambientales para la salud en el mundo. Diferentes estudios sugieren que la contaminación del aire afecta a otros órganos, como el corazón y el cerebro, además de a los pulmones, y quienes más sufren sus consecuencias son las personas más expuestas o vulnerables, de modo que se convierte en un asunto transversal que afecta a toda la sociedad, pero enfatiza las desigualdades.
Las personas pasan parte de su tiempo fuera de las viviendas y parte dentro, y cabe preguntarse qué aire está más contaminado. Al fin y al cabo, en el interior de una vivienda estamos expuestos a diferentes tipos de contaminantes químicos que en concentraciones moderadas pueden causar dolor de cabeza, mareos, fatiga y náuseas, y a largo plazo producir efectos nocivos para la salud.
La ventilación mecánica está ganando protagonismo en los edificios. César Martín Gómez, CC BY-SA
Uno de los factores fundamentales que provoca el deterioro de la calidad del aire es la construcción de edificios más herméticos para mejorar la eficiencia energética. Con el fin de evitar la pérdida de energía, los edificios tienen mejores fachadas, por lo que los sistemas mecánicos pasan a tener mayor importancia que la ventilación por infiltraciones y ventanas.
Este hermetismo hace que el ambiente interior se regenere menos, porque entra menos aire fresco del exterior, y los contaminantes de fuentes internas (o los que se infiltren desde fuera) se concentren.
Y sucede que ese mismo aire interior contaminado y usado que enferma a más de un tercio del planeta acabará siendo expulsado al medio ambiente, es decir, a la ciudad en el caso de los edificios urbanos. ¿Cuál es, pues, la contaminación del aire exterior generada por un edificio? ¿Cuáles son los contaminantes que exhalan los edificios? ¿Se diluyen lo suficiente en el exterior?
Y más aún: ¿los sistemas de ventilación de los edificios que expulsan esos contaminantes al exterior, a la ciudad, los reintroducen luego en los edificios? ¿Estamos ante un círculo vicioso similar al de los residuos plásticos que se vierten al océano y que luego entran en las personas a través de la cadena alimentaria?
Sistema de ventilación de un edificio. Arturo H. Ariño, CC BY-SA
Compuestos volátiles, partículas y metano
Por ejemplo, una fuente de contaminación en interiores son los productos de limpieza empleados en el baño. Los niveles de compuestos orgánicos volátiles que se expulsan a través de la ventilación siguen una dinámica compatible con su pauta de uso diario.
Por otro lado, la contaminación por partículas parece estar relacionada principalmente con las cocinas.
Estos dos grupos de contaminantes, a los que hay que añadir el metano (un potente gas de efecto invernadero) procedente de la descomposición de materia orgánica, parecen estar entre las principales contribuciones de los edificios a la calidad del aire de las ciudades.
Otros contaminantes exhalados tienen un origen más dudoso, menos regular en el tiempo: por ejemplo, el monóxido de carbono. Cabría atribuirlo al tabaco o a otras combustiones, porque la fuente principal (tráfico) no sería aplicable al interior de una vivienda. Su presencia en el aire exhalado de viviendas libres de fumadores sería un indicador claro de contaminación exterior entrando en el edificio y concentrándose allí a través de la ventilación.
Sensores para detectar contaminantes
Estos datos y otros comparables nos llevan a la conclusión de que controlar la ventilación de los edificios y de las viviendas, y especialmente ajustar esta ventilación a las condiciones del aire exterior (aumentando o disminuyendo el intercambio en función de la diferencia de concentración de contaminantes entre el interior y el exterior) puede ser crítico para garantizar la mejor calidad posible del aire interior.
Imagen obtenida por un sensor de temperatura. Además de contaminantes, el interior de los edificios exhala calor, energía, como se observa. César Martín Gómez, CC BY-SA
Pero tal vez la nueva revolución en edificación venga de la mano de la sensorización distribuida de bajo coste: una evolución natural de la que ya se emplea en garajes o salas de calderas para la detección de monóxido de carbono, pero extendida a todas las viviendas.
De hecho, en 2016, la OMS publicó un informe estadístico titulado Monitorización de la salud para los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en el que se define como meta para 2030 reducir la tasa de mortalidad atribuida a la contaminación del aire en los hogares y en el ambiente. En él se señala que entre los principales obstáculos para reducir los niveles de mortalidad causados por la contaminación del aire está “la falta de monitoreo de los niveles de contaminación del aire, las fuentes y las consecuencias para la salud pública (…) para mejorar la salud y la equidad en materia de salud”.
Conocer con detalle de qué forma contribuyen los edificios a la contaminación de las ciudades daría a las autoridades, responsables y gestores públicos herramientas que permitan establecer estrategias para, por ejemplo, minimizar la emisión de los contaminantes a la atmósfera imitando la acción de los catalizadores de los vehículos en los motores de combustibles fósiles, o recuperar componentes útiles como el metano residual, que podría redirigirse a la generación de energía.
César Martín-Gómez, Catedrático en instalaciones y sistemas energéticos en arquitectura y urbanismo, Universidad de Navarra y Arturo H. Ariño, Catedrático de Ecología, investigador del Instituto de Biodiversidad y Medioambiente (BIOMA) y responsable de investigación del Museo de Ciencias, Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.