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Megaincendios forestales, peligrosos fenómenos con graves efectos ambientales

Megaincendios forestales, peligrosos fenómenos con graves efectos ambientales

Los principales ecosistemas afectados con los megaincendios son los bosques templados de pino y encino (de 35 a 50 por ciento), seguido por matorrales (13 a 29 por ciento) y menores en áreas adaptadas al fuego.

Los megaincendios forestales son peligrosos fenómenos con graves efectos ambientales, sociales y económicos, los cuales se presentan poco en México, en contraste con los incendios pequeños y frecuentes, señalaron tres expertos del Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM.

A nivel mundial estudios refieren un porcentaje bajo de estos siniestros, pero su ocurrencia tiene mayor cantidad de impactos negativos, pues causan la muerte de personas y problemas de salud por el humo emitido, así como efectos devastadores en los ecosistemas con una reducción de la biodiversidad, tanto de plantas como de animales, además de una tardía recuperación de los ecosistemas, que puede durar varias décadas dependiendo de la intensidad de la afectación, afirmó Christoph Neger, investigador del Departamento de Geografía Social del IGg.

Durante la conferencia de medios a distancia “Los megaincendios forestales en México, sus impactos ambientales y sociales”, agregó: aunque no tienen una definición clara con base a su intensidad o magnitud de los impactos, en general en México y en la Comunidad Europea se reconoce a un megaincendio como aquel mayor a 500 hectáreas de superficie quemada.

En contraparte, en Estados Unidos los consideran hasta 40 mil 469 hectáreas, equivalentes a más de 100 mil acres, lo que implica serias discrepancias para su estudio, abundó.

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Incendios en México
DGCS de la UNAM

Al hacer uso de la palabra, Lilia de Lourdes Manzo Delgado, investigadora del Laboratorio de Análisis Geoespacial de esa entidad académica, comentó que en general los propician las sequías, la alta acumulación de material combustible (pastos, hojas y ramas secas), especialmente tras el paso de un huracán.

Aclaró que de 2010 a 2019 la mayoría de los incendios ocurrieron en marzo, abril y mayo, aunque algunos se presentaron en enero y febrero, con una considerable baja en junio y julio, cuando ya hay lluvias.

Para elaborar un estudio sobre el tema, publicado en la revista “Madera y bosques”, del Instituto de Ecología A.C., los expertos utilizaron registros de campo de 2010 a 2019 de la Comisión Nacional Forestal; datos satelitales del Global Fire Atlas de 2003 a 2016; y de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, para un análisis más exacto de los ecosistemas afectados.

Encontraron que en el país han ocurrido megaincendios de más de 500 y hasta mil hectáreas, principalmente en la Sierra Madre Occidental; han sido pocos de más de 10 mil hectáreas. “Los más importantes fueron dos en Coahuila, con 170 mil y 150 mil hectáreas afectadas, son los más grandes registrados hasta ahora”, informó.

Los especialistas estudian la relación de estos eventos con la variabilidad climática (por ejemplo del fenómeno El Niño/Oscilación del Sur), pero aún no tienen resultados claros.

A su vez, José Francisco León Cruz, investigador del Departamento de Geografía Física, comentó que también la caída de rayos y las tormentas eléctricas pueden ser iniciadores del fuego; aunque no hay una tendencia en el país a la ocurrencia de megaincendios, en este año pueden ser favorecidos por el estiaje más largo, razón por la cual se necesita mayor inversión en áreas preventivas.

En 2023, continuó, prevalecerá El Niño/Oscilación del Sur en su fase negativa (lo que se conoce como La Niña), por lo que habrá menos lluvias, además de que la sequía de años anteriores acumula combustible sobre la superficie del terreno.

Los científicos comentaron que los principales ecosistemas afectados con los megaincendios son los bosques templados de pino y encino (de 35 a 50 por ciento), seguido por matorrales (13 a 29 por ciento) y menores en áreas adaptadas al fuego. En las selvas húmedas solamente repercute al cinco o seis por ciento, pero los impactos son graves por la gran biodiversidad de especies.

Al retomar el uso de la palabra, Neger recomendó contar con una política preventiva entre autoridades y comunidades del campo, quienes deben continuar con las brechas cortafuego, que funcionan como barrera artificial a las llamas y consisten en la remoción de material combustible en la superficie del suelo.

También mantener las líneas negras, que se delimitan en una franja de al menos tres metros, a la cual se le prende fuego debidamente controlado y supervisado por expertos.

Para la ciudadanía en general no encender fogatas ni lanzar colillas de cigarro prendidas en el campo, porque se pueden encender las hojas secas acumuladas y provocar un siniestro.

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