Los contaminantes vehiculares en el aire se redujeron en el último año, pero fueron reemplazados por solventes y derivados orgánicos provenientes de productos de limpieza y desinfección, los cuales reaccionaron con el aire y generaron casi la misma cantidad de ozono que antes de la emergencia sanitaria, explicó Óscar Peralta Rosales, investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA) de la UNAM.
Con motivo del Día Internacional del Aire Limpio por un cielo azul, que se celebra el 7 de septiembre, el especialista del departamento de Ciencias Ambientales precisó que a partir de la disminución de la circulación de vehículos se redujeron sus emisiones, al igual que las industriales y gases contaminantes.
Sin embargo, “lo curioso es que esas emisiones, en términos de química, fueron reemplazadas por los compuestos orgánicos. La química atmosférica es compleja y al final de cuentas se desencadenaron reacciones que llevaron a la generación de casi la misma cantidad de ozono que el año pasado y el antepasado”, comentó el especialista en el estudio de los aerosoles atmosféricos.
En 2020 la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció el 7 de septiembre como el Día Internacional del Aire Limpio por un cielo azul, gracias al interés de la comunidad internacional por aumentar los esfuerzos para mejorar la calidad del aire y proteger la salud humana.
A través de su sitio de internet, la ONU informó que el lema de este año es “Aire saludable, planeta saludable” y enfatiza los efectos de la contaminación del aire en la salud, particularmente durante la pandemia de la COVID-19.
Peralta Rosales detalló que el año pasado se elaboró un estudio que evidenció la reducción de las emisiones contaminantes de vehículos e industrias, y pese a esto se mantuvieron las contingencias ambientales. Aunque en lo que va de 2021 no se han registrado numerosas contingencias, hubo elevadas concentraciones de contaminantes.
¿De dónde provienen estos compuestos orgánicos?
De los limpiadores de pisos y objetos, geles que contienen alcohol que actualmente se usan en altos volúmenes, los cuales son volátiles y por lo tanto van al aire donde reaccionan con compuestos como los óxidos de nitrógeno, con ayuda de la luz solar y acaban formando ozono en la ciudad.
Desde hace tiempo el ozono ha sido utilizado como una métrica para medir la calidad del aire, por lo que es difícil determinar qué pasará ahora que han regresado las actividades escolares y más automóviles circulan. Probablemente, estimó el investigador, se llegue a un nuevo equilibrio de reacciones.
La Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios detalla en su sitio de internet que el ozono generado a nivel de suelo (y no debe ser confundido con la capa de ozono en la atmósfera superior) es uno de los principales componentes de la niebla tóxica y, en exceso, causa problemas respiratorios, provoca asma, reduce la función pulmonar y da origen a problemas pulmonares.
A este contaminante se debe sumar las emisiones de dióxido de nitrógeno (producido por la calefacción, generación de electricidad y motores de vehículos) y el dióxido de azufre (generado por la combustión de carbón o petróleo y sus derivados) que también disminuyen la función pulmonar, afectan al sistema respiratorio, e incrementan los ingresos hospitalarios por cardiopatías.
Aunado a lo anterior, debido al factor aire o viento los contaminantes tienden a dispersarse y transportarse hacia otras entidades, por ejemplo un estudio de Peralta Rosales encontró que contaminantes de Toluca suelen llegar a la Ciudad de México en cierta temporada del año, mientras que los generados aquí pueden desplazarse hasta Estados Unidos.
El investigador enfatizó que es posible tener cielos limpios; sin embargo, el problema es que las grandes ciudades, como en la capital mexicana, la eliminación de contaminantes se ha estancado.
Aunque la ciencia ha propuesto capturar dióxido de carbono en soluciones alcalinas y sacarlo de la atmósfera o precipitar a la tierra otros contaminantes, se ha observado que es más fácil evitar que se emitan a la atmósfera en vez de tratar de quitarlos.
Para ello se requiere reducir las emisiones de los vehículos automotores, de las casas, fábricas, incrementar las áreas verdes, controlar la invasión de predios, recuperar zonas de recargas de acuíferos, mejorar el transporte público, aumentar las ciclovías.
En conjunto, trabajando de forma coordinada, podemos mejorar significativamente la calidad del aire, finalizó Peralta Rosales.
Más calor en la CDMX
De continuar con la tendencia de pérdida de vegetación por el avance de la mancha urbana en la Ciudad de México, se perderán importantes zonas de conservación y con ello disminuirá el efecto refrescante que generan para la metrópoli, además del incremento en la temperatura que el asfalto y el concreto generan, indicó Víctor Magaña Rueda, investigador del Instituto de Geografía.
El experto en Ciencias Atmosféricas dijo que los cambios en las urbes surgen de forma lenta pero constante, y no siempre bajo los mejores patrones de desarrollo, ocurren paulatinamente. A futuro, la mayor parte de la población mexicana vivirá en metrópolis, de ahí que es importante planearlas.
Recordó que a partir de la aparición del ser humano en el planeta “comenzamos a transformar todo lo que está a nuestro alrededor, hemos provocado una enorme transformación del paisaje que nos ha llevado a vivir en un ambiente, en ocasiones, de mayor riesgo”.
Durante la conferencia “Riesgo Climático en ambientes urbanos”, señaló que en el caso de la capital mexicana la mancha urbana sigue en aumento lo que implica el desarrollo de zonas habitacionales atomizadas que generan islas de calor urbanas, las cuales provocan presencia de aire más caliente en ciertas zonas.
Gracias a los datos con que contamos, hoy sabemos que la temperatura en la Ciudad de México ha aumentado en tres o cuatro grados en 100 años”, afirmó el experto.
Calificó como “tremendo” el cambio experimentado en la capital con consecuencias como las islas de calor, es decir, una burbuja de aire caliente que se forma a partir de las transformaciones en el uso del suelo, en particular cuando la zona de vegetación es sustituida por asfalto, concreto, acero, vidrio, etcétera, materiales que cambian las propiedades térmicas del paisaje y conducen a una alteración de la atmósfera.
Se les denomina islas de calor porque donde se genera el calentamiento queda limitada por la parte urbana, mientras que la periferia es una zona generalmente más fresca. “Conforme crezca la urbanización, la intensidad del calor u ondas de calor en una ciudad se irá expandiendo”, advirtió Magaña Rueda, integrante del Departamento de Geografía Física y experto en Cambio Climático.
En las grandes urbes como Tokio, Seúl y Nueva York, por ejemplo, se incrementan sus temperaturas a tasas más rápidas que el calentamiento global. Sin embargo, a veces no se habla de esos procesos, sino de reducir las emisiones contaminantes, por ejemplo, comentó el universitario.
Expuso que el calentamiento atmosférico se manifiesta en la presencia de mayor número de olas de calor que puede ser perjudiciales para la salud, una condición de peligro en el caso de la Ciudad de México.
Asimismo, el aumento en la frecuencia de tormentas, que ocurren en un ambiente urbano, tiene mayores consecuencias en zonas vulnerables. Cada vez hemos aumentado el área urbanizada, lo cual implica menos vegetación y más asfalto, situación que impermeabiliza las superficies y ocasiona que las fuertes lluvias escurran hacia las partes bajas del valle.